Albert Blaya: "¿Cómo le vas a explicar a alguien como Lamine de qué va la vida?"

Albert Blaya (Manresa, 1998) es un periodista deportivo atípico. Comparte con David Foster Wallace, su escritor favorito, una habilidad especial por hacer concreto lo abstracto y profundo lo concreto. Ha colaborado en medios como Relevo, RAC1, Esport3 o El Periódico, cuenta con más de 30.000 suscriptores en su canal de YouTube, y acaba de publicar ‘Universo Lamine Yamal’ (Now Books). Cuando llegamos al Bar Canigó, ya está sentado en el interior. Ha escogido la mesa más cercana al ventanal, donde parece absorto mirando la vida de la calle Verdi.
¿Cuándo te das cuenta de que quieres ser periodista?
Mi padre es periodista en el Regió7, pero estudió filosofía. Cuando me hicieron elegir en bachillerato, no sabía muy bien qué hacer, marqué algunas opciones y en una puse periodismo porque pensé: "Hostia, me encaja; me gusta leer, me gusta escribir y tengo curiosidad por las cosas". Pero la verdad es que cuando era pequeño nunca pensé que quería ser periodista.
¿Cómo definirías tu experiencia en la carrera?
Me gustó, pero tengo un recuerdo muy leve de la carrera, casi como si no la hubiera hecho, es extraño. Hacía solo horario de mañanas y poca vida. Ahora me arrepiento un poco, pero no terminé de conectar con la gente. No fue hasta el máster de periodismo literario con Marcel Beltran que encontré más grupo. En la carrera no me interesaron mucho las asignaturas y no me sentí muy interpelado.
Para entender tu mirada siempre reivindicas la figura de David Foster Wallace.
Bueno, yo siempre he sido lector desde pequeño y en casa tenemos una biblioteca enorme, con muchos clásicos y mucha literatura. Siempre que hablamos de algún tema hay un libro a punto. Mi padre había leído muchísimo a Foster Wallace y empecé con todos los relatos periodísticos. Con las crónicas que hacía de los cruceros, la feria de la langosta, el ensayo aquel sobre la televisión y la literatura… todo este análisis que al final yo lo veía y decía: “Ostras, ¡qué interesante!”.
¿Qué te llamaba la atención?
Era un periodismo muy empapado, mucho más glamuroso y sexy de lo que estaba acostumbrado. Me marcó mucho por la forma de acercarse al objeto de estudio, esa preocupación al milímetro, esa devoción. Me gustó mucho el perfil que hizo de David Lynch. Descubrí un periodismo que me desperto algo dentro: “esto es lo que quiero consumir, así es cómo me gustaría poder escribir”.

Foster Wallace sufría una tristeza profunda que convertía en humor, ¿por qué crees que conectas con eso?
Yo creo que era muy divertido precisamente porque lo hacía desde la tristeza y desde esa visión superlúcida de las cosas. Conecté mucho con eso, porque cuando empecé a leerlo, con 18 años, era un momento vital en el que todavía te pones muy en el centro de todo, pero empiezas a tener inquietudes. Recuerdo un texto suyo de un niño que se va haciendo mayor subiendo las escaleras de un tobogán que me impactó mucho. Toda esa pátina de tristeza… creo que al final todos los autores que me han ido gustando compartían esa actitud.
Del periodista tenemos esa imagen mítica de una persona que siente la adrenalina por sacar una noticia, pero tú eres otra cosa…
Sí, supongo que también por mis gustos e inquietudes, que eran más de leer, escribir, era algo más pausado. Nunca tuve esa adrenalina de la noticia. Además, mi padre al ser un tipo de periodista más alejado de la noticia tampoco lo vi en casa como algo crucial. Y cuando entro al mundo del periodismo, entro desde el lado de Internet. Entonces, cuando empecé a estar en Twitter y a descubrir blogs, vi que se podían hacer análisis o reflexiones que iban más allá de la inmediatez.
¿Cómo cambia tu perspectiva del periodismo cuando entras a Relevo?
En Relevo intentaron inculcarme un poco eso, a ver si despertaba esa pasión por la noticia, pero vimos que no se despertaba y es algo que tampoco se puede forzar. Además, el mundo Barça lo veo como algo muy complicado, un mundo difícil lleno de intereses, porque es un equipo enorme y me daba mucha pereza. Pero la experiencia fue muy chula porque yo no había estado nunca en una redacción así. Yo había estado en el Regió7 de prácticas de verano y allí había aprendido todo el periodismo local, pero pasé de eso a irme a vivir a Madrid.
Mucha gente se pierde en Madrid…
[Risas]. Madrid es una ciudad con mucha vida. Y realmente fue muy chulo el reto porque era como la sensación de estar luchando absolutamente contra todo desde el principio. Y de intentar generar nuevos formatos, tener esa libertad de que, como periodista joven, te digan: “No, no, es que confiamos en ti para que puedas pensar los formatos”, y no entrar en un sitio donde ya está todo hecho y donde hay unas dinámicas de poder, unas dinámicas de redacción ya establecidas que tú no vas a revertir. Recuerdo muy bien las reuniones: todo el mundo participaba, eran abiertas, no hablaba solo el director o el jefe de redacción. Con el tiempo todo va perdiendo ese punto de magia inicial. Empiezas a ver las costuras, los pelos en la ducha, un poco de todo.
¿A qué costuras te refieres?
Con el tiempo todo acaba pareciéndose. Es decir, las dinámicas periodísticas las percibes muy rápido. Hay un olor en el ambiente: quién es amigo de quién, quién escribe el qué, por qué un tema se trata de una manera o de otra, el sesgo que tienen todos los temas. Y al final digamos, que la información es como los goles en el fútbol. Todo el mundo quiere marcar goles, todo el mundo quiere dar información y a mí no me interesaba; no estaba en esa rueda y acabas desencantándote.
¿Ya estás desencantado?
Del periodismo como tal sí, pero básicamente porque todo es muy precario. No veo un futuro en el que esto pueda cambiar y, una vez ya estás dentro de esa rueda, lo ves todo igual. Entonces te desencantas y se instala una mirada más cínica. Eso da rabia y piensas que al final tienes que pensar en ti, porque el día de mañana te pueden echar a la calle, se acaba y te quedas con una mano delante y otra detrás si no te anticipas.
¿A qué te refieres?
A que los chicos que están estudiando deben tener claro los peligros de no hacer que tu marca o tu nombre no esté por delante del medio, algo que creo que antes no pasaba y ahora me parece obligatorio.
¿Qué crees que se midió mal en Relevo como proyecto?
Creo que fue muy presuntuoso pensar que un proyecto podía aguantar seis años de pérdidas. Al principio había un gasto muy alto: todos los viajes se hacían, todo era un “sí”, y eso no siempre se traducía en visitas. También creo que el entorno mediático no acompañó del todo. De cara parecía que todo el mundo decía “qué bien lo hacéis”, pero por detrás había comentarios y una sensación de que el proyecto no encajaba del todo. Además, era un proyecto tan ambicioso que no se podía permitir fallar. Todos los medios fallan y se equivocan, y no pasa nada. En Relevo había una exigencia interna y externa de “habéis venido a cambiar el periodismo”, y esa etiqueta, muchas veces autoimpuesta, nos jugó en contra porque generaba unas expectativas y un rigor imposibles.
Tú has creado una marca personal y has conseguido llegar a mucha gente, ¿sientes que el gran éxito de los nuevos medios es la militancia de vuestros seguidores?
A mí me ha pasado siguiendo muchos proyectos: La Media Inglesa, El Reverso de la NBA, Miguel Quintana... como usuario, cada pequeño paso lo vives como una pequeña victoria porque es algo en lo que crees. Y como crees en esa manera de hacer, en esa manera de entender, no solo el periodismo, sino la comunicación y la vida, al final es casi una postura moral. Los medios tradicionales tienen pies de gigante mientras que el tipo que está en su casa generando contenido puede moverse más rápido y con más libertad.
¿Cómo se consigue tu éxito sin dar noticias?
Creo que ha habido un auge muy fuerte del análisis en redes sociales en los últimos años. La pandemia aceleró todo eso, porque la gente no tenía nada que hacer y muchos pensamos: “quiero explicar cosas y que sean diferentes”. Y creo que mucha gente huye un poco de todas esas tertulias que se repiten constantemente. Es verdad que puedes pensar que no es muy mainstream, pero en el mundo anglosajón hay muchos productos que van a lo táctico. Y creo que, los años donde Twitter fue una red muy potente, me permitieron ganar cierta presencia, aunque luego sales fuera y piensas: “Vale, ¿y ahora cómo transformo esta presencia en una forma de vida?”
Me hablabas de medios anglosajones, ¿en cuáles te fijas?
Hay varios: The Athletic, programas actuales con Henry, Carragher, etcétera, que tienen pizarras y te explican las cosas, y eso genera un engagement brutal. Aquí todavía hay una cultura futbolística del aficionado muy diferente, pero creo que se está avanzando en ese sentido. En el mundo Barça tendemos todos a pensar mucho el fútbol y eso me ha ayudado a que la gente me aceptara bien.
Ese interés por la mirada futbolística del mundo Barça está muy presente en tu libro. Dices: "Lamine era la excusa perfecta para intentar entender cómo hablamos de fútbol"...
A mí me gusta mucho la figura de Lamine porque es muy poliédrica. Es muy interesante cómo nos interpela de maneras tan distintas; hay un corte generacional bestia. Cuando hablas de Lamine con alguien mayor que tú, notas que habla de una forma totalmente diferente de él. Esto con muchos jugadores no pasa, hay como un consenso, y si hay alguna discrepancia, depende del gusto pero no tanto de la generación. Con Lamine sí se nota. Lo veo muy claro cuando hablo con mi padre: siempre tiene el ay en la boca. "Això del Lamine… vols dir que dir que no patirem?".
Hay como un pesimismo preventivo instalado….
Hay este miedo como si la gente ya estuviera asustada antes de que empezara la película. Y esto creo que es muy interesante porque dice mucho de cómo entendemos el fútbol y de cómo lo pensamos. De este salto generacional. Después, creo que Lamine al final es un jugador que tiene una resonancia especial; cuando lo ves jugar, te reconecta con muchas cosas. Hay una parte que es nostálgica de aquel fútbol de antes. Creo que siempre ha existido ese miedo de que antes el jugador hacía cosas que ahora ya no se hacen.
Todo esa turra de que el fútbol es cada vez más académico y ha perdido pureza, ¿no?
Sí, todo eso. Pero yo, cuando hablaba con algún historiador, me decía: “no, pero si ya en los años 80 se decía esto de la calle” [sonríe]. Y luego Lamine también tiene esa parte de que es un jugador que reconecta con jugadores que a todos nos han gustado mucho. Puedes ver en Lamine cosas de muchos otros grandes futbolistas sin que, al mismo tiempo, sea igual a ninguno porque es muy suyo. Y creo que todo eso determina un poco que, si quieres hablar de fútbol, puedes hacerlo a través de Lamine desde muchos factores.
También está el factor social...
Sí, te plantea muchas preguntas: ¿qué es una estrella hoy en el mundo del fútbol? ¿cuál es el peso que tiene un jugador en los discursos que se generan? ¿cómo se percibe al él mismo? Y por eso me gusta. Messi era mucho más hermético, era una figura que era solo fútbol. Y si querías rascar un poco más, no podías. En cambio, a Lamine lo estamos descubriendo ahora, porque es muy joven y creo que en cinco años podrás hacer cinco libros sobre él.

Hay una cosa de Lamine fascinante que tú mismo apuntas cuando lo conectas con Cruyff, que es su valentía natural...
Es como si Lamine hubiera sido concebido en la final de Roma del 2009, como si fuera hijo de todo aquel Barça, pero en realidad todo aquello casi no lo vio. Es como si estuviera hecho de todo aquello que el culé creyó que realmente le pertenecía, que era el Barça de Guardiola, pero que al mismo tiempo no supo cómo cuidarlo ni darle forma en el futuro. Veo a Lamine como hijo de todo aquel desacomplejamiento, de aquella manera de mirar el mundo sabiendo que el Barça es el mejor equipo del mundo. Hay muchos jugadores que la decían, pero ¿qué tenía el Barça que no tuvieran los demás en aquellos años que vinivieron después? Se convirtió en una una frase que se repetía para autoconvencerte de algo que ya no era cierto.
En Lamine no resulta impostado...
Y eso se nota mucho, cuando hay jugadores o personalidades que son forzadas y que quieren aparentar. Y creo que, a figuras como Lamine, Laporta o Cruyff, les sale solo, cada uno a su manera. Ese desacomplejamiento, esa vitalidad, ese reivindicar… que, joder, somos un club guapo. Pero creo que esto da mucho miedo a algunos sectores, porque hay gente que prefiere un perfil más bajo. Y a mí esto me molesta y pasa también ahora con Flick. Lo ves con la línea del fuera de juego: desde el principio todo el mundo ya se preocupaba con la línea avanzada... la gente se ponía enferma en lugar de disfrutar de algo que estaba funcionando. Pues con la mirada sobre Lamine creo que es un poco igual.
En el libro hablas de la comparación recurrente entre Lamine y Messi, pero dices: "lo que estamos haciendo, no es comparar un jugador con otro, sino defender nuestra juventud"
[Sonríe]. Con el tema Messi a mí me pasa que echo mucho de menos a Leo, pero también porque echo mucho de menos cómo vivía yo el fútbol antes. Y qué sentía al verlo. No siento el fútbol igual ahora que cuando tenía 13 años y estaba toda la semana yendo al colegio con los nervios. Al final, un jugador es como un libro: depende de la edad en la que lo leas, te dice una cosa u otra. Con Lamine se quieren anticipar muchas cosas y no puede ser que te tenga que transmitir lo mismo que el Messi de Guardiola con 20 años. Cuando comparamos jugadores, también hacemos trampas porque la memoria es muy traicionera.
En el caso de Lamine a veces incluso puede sorprenderte más lo que dice que lo que hace en el campo. Hace poco le preguntaron qué superpoder le gustaría tener como futbolista y dijo: poder cambiarle el día a alguien...
Es uno de los pocos jugadores a los que escucho todas las entrevistas que hace porque sé que dirá cosas interesantes. Lamine tiene una visión de las cosas muy genuina, muy suya, y que la reivindica mucho. Viene de un entorno muy humilde y siempre lo explica, pero no tanto para decir “mira, vengo de ahí y he llegado aquí”, sino por el hecho de dar visibilidad a quienes todavía están en esa posición, a las personas que se han quedado atrás, a quienes la gente o el sistema ha olvidado.
También un sentido muy básico de lo que hace pero también muy saludable, esta idea de divertir a la gente...
Sí, un poco como Cherki, que siempre dice: “yo soy un jugador de antes, las estadísticas me dan igual, yo quiero que la gente se lo pase bien”. Y él tiene la misma idea del espectáculo y al mismo tiempo, el punto asesino de marcar muchos goles. Lamine tiene la madurez de juntar esas dos cosas, que creo que es muy complicado, y la conciencia de lo que él representa. Porque cuando le dicen: “¿te da miedo ser una estrella? él reponde: “No, me gusta". Cuando alguien dice eso uno se imagina que se le está yendo la cabeza. Pero con Lamine no pasa. Ves realmente esa responsabilidad de lo que debería ser una estrella: ser una referencia, pero al mismo tiempo sin buscarlo de manera forzada; llega y lo es, sin más. Tiene esa naturalidad de asumir lo que le va viniendo, tanto a nivel futbolístico como vital.
Es que incluso la mirada que tiene de su padre y la manera de reivindicarlo es un poco eso...
Para mí eso también es muy sorprendente. Sitúa muy bien a su padre y tampoco quiere edulcorar la realidad; es decir, no quiere camuflarla. Por ejemplo, cuando el apuñalamiento, Lamine tenía 17 años y lo cuenta con total naturalidad. Dice: “No, pues pasó esto. Yo estoy centrado en el fútbol, pero es mi padre”. Y, joder, te das cuenta de que este chico no es un chico normal, que está hecho de otra pasta. Yo me pongo en su piel con 17 años, pasando por eso, con un padre más conflictivo, con una vida más compleja, y realmente no sabría cómo gestionarlo. Él, en cambio, tiene esa capacidad de simplificar los procesos, tanto a nivel futbolístico como vital. “Mi padre es así y lo reivindico, pero a quien hago caso es a mi madre”. Y eso demuestra también madurez e inteligencia.
En un libro como el tuyo lo fácil era acercar a Lamine a Messi, pero tú reivindicas la figura de Neymar...
Yo creo que hay muchos aficionados del Barça que querrían que Lamine no fuera como es y que fuera otro tipo de jugador. Es como aquello de: “Joder, he encontrado a la persona perfecta para compartir la vida, pero tiene un tic que odio". Estoy convencido de que a mucha gente le pasa, pero lo mejor que tiene Lamine es precisamente que es como es, porque eso encaja y se relaciona mucho con su personalidad a la hora de jugar. Es decir, no jugaría igual con otra personalidad. Creo que no somos conscientes de lo que ha conseguido contra un Madrid con Mbappé. Lamine te condiciona todos los partidos, y lo hace sabiendo que tiene esa capacidad, y por eso lo verbaliza, diciendo: “Somos mejores, y si yo estoy así, lo ganaremos”. Y esto genera ese miedo, porque Messi no decía estas cosas. Neymar, en cambio, sí tiene ese punto más brasileño, esa arrogancia bien entendida de decir: “Es que yo tengo un talento que tú no y, como hay esta distancia, te puedo ganar'.
Es como el clásico “Ronaldinho, con otra cabeza, habría sido uno de los mejores de la historia”. Me gusta cuando haces ese matiz de decir: “No, no os equivoquéis, no se puede separar la parte del todo”.
Claro, es que el fútbol es totalmente personalidad, es una expresión artística al final. No deja de ser alguien que se expresa en un campo: sí, para ganar, pero de una manera determinada por cómo piensa, cómo entiende el juego y, en última instancia, la vida, y cómo responde ante ciertas cosas. Y no deja de ser curioso que, con el tiempo, Ronaldinho sea uno de los jugadores más mitificados que hay. Con Lamine detecto cierto miedo al futuro. Creo que también, el haber aparecido junto a Cubarsí, genera esa dualidad de dos jugadores de la misma generación, de la misma edad, con un talento espectacular. Y claro, la gente dice: “No, pero mira cómo es Cubarsí”. Vale, ¿y qué? ¿Por qué Lamine tiene que ser así? También podrías decirlo al revés.
El periodista Xavi Torres hace solo unas semanas recordó que era irónico que Lamine tuviera que escuchar tantos consejos de un sistema que lo dejó fuera cuando no era una estrella....
Sí, me gusto mucho esta reflexión. Y podríamos añadir que estos consejos llegan cuando Lamine ya nos ha petado a todos a nivel de éxito. Me gustó mucho esa mirada de no observarlo por encima del hombro, porque realmente, ¿cómo le vas a explicar a alguien que ha vivido lo de Lamine de qué va la vida?
También quería preguntarte por el tema de la evolución futbolística que imaginas de Lamine. Ante el Betis Flick ya lo probó por dentro y repitió en la Copa, un movimiento que para panenkitas como tú supongo que fue como un pequeño orgasmo.
Sí, nuestro imperio romano [risas].
Fue gracioso como, en medio del sobreanálisis, apareció Flick y dijo que no lo habían ensayado y que solo le preguntó a última hora si se veía jugando ahí.
A mí me gusta todo esto que dices, porque a los que nos gusta analizar el fútbol, muchas veces nos montamos esas películas mentales, esos procesos casi obsesivos de cómo se ha llegado hasta aquí. Y creo que la gracia de Flick es que es un gran entendedor de los jugadores. Es un tipo que entiende muy bien al futbolista, que tiene un feeling especial, y eso se nota en cómo abraza, cómo habla, y en cómo hablan los jugadores de él. Con Lamine pasa lo mismo: tiene esa intuición para el juego. Creo que son dos personalidades con las que es muy fácil decir: “Oye, ¿por qué no pruebas aquí?” y ya está. No es tanto un proceso larguísimo, sino simplemente pedirlo. Y con Lamine es así.
¿Crees que es inevitable que termine jugando por dentro?
Me parece que es un jugador al que todos proyectamos asumiendo retos que van más allá de la banda, porque la banda no deja de ser un espacio limitante. Por ejemplo, el mejor Di María no era ni de lejos el jugador con el potencial que podemos imaginar en Lamine, pero Ancelotti lo puso de interior en la mejor temporada de su carrera. Los mejores extremos acaban jugando por dentro. Pienso, por ejemplo, en Joaquín, que acabó jugando por dentro en el Betis con Setién. Cuando pierden velocidad, su conocimiento del juego los lleva ahí. Lamine tiene un talento muy diferencial y ahora, además, un físico que le permite marcar aún más diferencias. Antes o después acabará jugando por dentro.
Hay una frase de Lamine que me llamó mucho la atención hace poco. Dijo: “Lo curioso es que en categorías inferiores entendía el juego, pero no era de regatear mucho”...
[Sonríe]. Me flipó eso. Es como si estás viendo un tipo que pinta de puta madre y te dice: “Yo de pequeño tampoco pintaba mucho". Te imaginas casi a un Miguel Ángel del fútbol de este siglo: un tipo que hace de todo, todas las artes. Porque para mí lo mejor que tiene Lamine es la lectura del juego, que todo ocurra a su tiempo. Tiene una lectura espacial increíble, y eso a mí me sorprende muchísimo. El regate está ahí, claro, pero hay grandes regateadores, un Doku por ejemplo, pero no tienen ni un 1% de su profundidad. Por eso creo que cuanto más juegue por dentro, mejor. El Barça tiene que ir pensando en esto, pero creo que Flick entiende que Lamine está cómodo en la banda y que hay unos tiempos que hay que respetar.
Esto del sobreanálisis del fútbol a veces me recuerda a esas obras que ves en los museos con un texto larguísimo y te da la sensación de que hay más de quién escribió el texto que del pintor que hizo el cuadro...
Al final todos tenemos que vender nuestra película cuando escribimos ¿no? Te pones en ese papel de los supuestos, y evidentemente hay mucho más de lo que tú crees que pasa que de lo que realmente está pasando. Por eso me gusta tanto cuando a grandes jugadores como Pedri les preguntan qué piensan cuando juegan y te dicen: “Bueno, no pienso”. No todo se puede explicar pero al mismo tiempo también se da el fenómeno de la pereza en algunos análisis.
¿Por ejemplo?
El Madrid fue un gran ejemplo de pereza analítica con lo de “tienen suerte”, “se cierran y salen", "la épica" y dices: vale, ¿y por qué ahora no pasa? ¿Por qué se acaba la suerte o la camiseta?
¿Qué faltó explicar de ese Madrid?
Que había una serie de jugadores absolutamente impresionantes. Ancelotti lo decía en una frase que me gusta mucho: "¿que cómo preparo los partidos? Le pregunto a Kroos y a Modric qué quieren hacer y les digo que lo hagan". Cuando tienes jugadores de esa trascendencia, te adaptas a ellos. Creo que Flick va un poco por ahí. ¿Por qué vemos el mejor Pedri? Porque Flick ha entendido que a Pedri hay que darle el centro del campo, y que si quiere bajar a recibir, subir, abrirse o hacer el pino, que lo haga. No hay gran entrenador sin grandes jugadores. Muchas veces proyectamos cosas sobre la realidad, cuando estos jugadores extraordinarios siguen siendo el hilo conductor de las grandes revoluciones.
Se instaló la narrativa de la épica cuando la épica por naturaleza es algo que tiene que ser extraordinario, pero ese Madrid remontaba de forma sistemática...
Sí, una épica malentendida. Épica era lo del Chelsea cuando ganó la Champions, porque fue contra toda la historia. Para mí la épica es más cuando un equipo que no tiene el nivel gana. Pero el Madrid tenía mejores jugadores que la mayoría, sobre todo jugadores en un estado mental brutal: Benzema, Kroos, Modric, Marcelo, Courtois… estaban en lo que en baloncesto llaman the zone, ese punto en el que no puedes fallar. Esos jugadores envenenaban mentalmente al rival.
Al Barça en Europa le pasaba lo contrario.
Sí, se convencía de que no podía ganar. Y llega un punto en el que dices: “¿Cómo puede ser que estos jugadores se deshagan como un azucarillo?”. Y eso es lo que determina el máximo nivel en la élite. Muchas veces los culés hemos mirado hacia otro lado y hemos dicho: “No, es la épica”. Y creo que se está viendo con este Barça que también remonta muchas veces. La parte mental ha cambiado y Lamine tiene mucho que ver.
Antes me hablabas de la pereza de algunos análisis, pero el presente del periodismo parece conectado con el clickbait y opiniones polarizadas ¿cómo te imaginas los titulares dentro de cinco años?
Creo que los hará la IA. Tú le pedirás a una IA que te haga un titular atractivo y será tan sofisticada que todos los titulares serán buenísimos y, al final, dará igual el titular porque no se diferenciarán entre sí. Yo soy muy malo poniendo titulares, me cuesta muchísimo, en Relevo me decían que era demasiado panenkita. Tengo una mentalidad más de papel o de blog que de web pura.
¿Por dónde pasará el futuro?
Creo que será muy complicado y que la diferenciación pasará cada vez más por querer leer a personas concretas, por reforzar marcas personales.
¿Tanto dependerá el periodismo de la marca personal?
Los medios dependen cada vez más de fondos externos, de gente que no es periodista y a la que le da igual si el producto se degrada. Así que la frase de que "la mejor época del periodismo ya ha pasado" creo que es cierta y no solo una frase de nostálgicos que están abandonando la profesión. Ya no existe esa proximidad con la fuente, ese estar en la calle. O aceptas eso, que tu trabajo son quizás seis horas de picar noticias de otras webs y hacer titulares y que eso es lo que hay, o intentas buscar otras fórmulas por tu cuenta.
¿No te genera mucho estrés depender solo de ti mismo?
[Sonríe]. Sí, ahora mismo soy el palo que lo aguanta todo. Bueno, lo que más angustia y pereza me genera es la sensación de estar vendiéndote todo el rato. De que siempre lo que haces tiene un subtexto, una nota al pie que explique por qué la gente tiene que verlo o leerlo, porque al final dependes de un algoritmo. Y romperte la cabeza, que esto me ha pasado con YouTube pensando por qué una cosa funciona y otra no, cuando no hay una lógica clara. Es como Google Discover: un tema entra en Discover, vale… ¿y qué significa eso? Nadie lo sabe. Nadie lo entiende del todo, ni siquiera los que más saben. Y eso genera ansiedad, sobre todo cuando no tienes una estructura detrás, pero si no lo hago ahora que soy joven, ¿cuándo sería el momento?